Esta obra es una reinterpretación contemporánea de la obra "San Miguel triunfante sobre el demonio con Antoni Joan" de Bartolomé Bermejo, pero adaptada a una realidad profundamente dolorosa y reciente: los falsos positivos en Colombia.
En la original, San Miguel, símbolo de la justicia divina, vence al demonio como una representación del bien triunfando sobre el mal. Sin embargo, en esta apropiación, los papeles se invierten radicalmente. La figura dominante, ahora con una cabeza de bestia, cuerpo de soldado moderno, garras animales y fusil en mano, ya no representa a un ángel redentor, sino a un instrumento de violencia institucionalizada.
La figura que yace en el suelo, con alas, aureola y ropajes que evocan lo sagrado, representa a la víctima. Tiene características que evocan a los campesinos, mujeres, y jóvenes humildes, víctimas del conflicto. El número en las botas ("6402") no es accidental: es la cifra reconocida por la JEP (Jurisdicción Especial para la Paz) de víctimas de ejecuciones extrajudiciales presentadas como bajas en combate entre 2002 y 2008. Un número que duele, que acusa, que no se olvida.
La figura que yace en el suelo, con alas, aureola y ropajes que evocan lo sagrado, representa a la víctima. Tiene características que evocan a los campesinos, mujeres, y jóvenes humildes, víctimas del conflicto. El número en las botas ("6402") no es accidental: es la cifra reconocida por la JEP (Jurisdicción Especial para la Paz) de víctimas de ejecuciones extrajudiciales presentadas como bajas en combate entre 2002 y 2008. Un número que duele, que acusa, que no se olvida.
El hecho de que la espada, en lugar de castigar al demonio, apunte al rostro de la víctima con frialdad, simboliza la distorsión de la justicia y el uso perverso del poder estatal. El aura que rodea a la figura caída, tradicionalmente reservada para los santos, indica su inocencia, su carácter de mártir, y el sufrimiento injusto al que fue sometida.
El fondo dorado, herencia del arte sacro medieval, da a la escena una solemnidad trágica: lo que debería ser sagrado (la vida, la justicia, la dignidad) ha sido corrompido. El arte se convierte aquí en denuncia visual y memoria histórica, en un grito silente por las víctimas que fueron arrebatadas y luego estigmatizadas.
El fondo dorado, herencia del arte sacro medieval, da a la escena una solemnidad trágica: lo que debería ser sagrado (la vida, la justicia, la dignidad) ha sido corrompido. El arte se convierte aquí en denuncia visual y memoria histórica, en un grito silente por las víctimas que fueron arrebatadas y luego estigmatizadas.
